Todas las personas necesitamos caricias.
Cuando hablo de caricias, me refiero a sentirnos reconocidos. Sentir que los demás saben que estamos ahí, que existimos, que tenemos un lugar en el mundo.
Las caricias pueden ser positivas o negativas.
Las positivas son las que invitan al otro a que se sienta bien. Las negativas son las que invitan al otro a que se sienta mal.
Un ejemplo de caricia positiva es que alguien te diga lo bueno que ha sido tu trabajo o lo que agradece tu ayuda.
El problema viene cuando una persona no sabe establecer relaciones basadas en caricias positivas. En ese caso, pone en marcha, inconscientemente, procesos de relación en las que hay abundancia de caricias, pero de signo negativo.
Como decía William Faulkner en su novela Las Palmeras Salvajes:
"Entre el dolor y la nada, prefiero el dolor"
Es decir, cuando no sabemos qué hacer para obtener caricias positivas, ponemos en marcha procesos (normalmente inconscientes) para obtener una gran dosis de caricias negativas.
Porque eso es preferible a no tener caricias.
Y detrás de estas caricias negativas, lo que hay es una llamada de atención.
Por ejemplo: el adolescente que se rebela porque necesita atención o relaciones de pareja llenas de discusiones porque alguno, o los dos, no saben qué hacer para llamar la atención del otro de forma positiva.
En esos casos, entramos en un juego inconsciente para obtener esas caricias negativas.
Ahí surge el triángulo dramático.
En él, las personas tienden a asumir tres roles. Esos tres roles son aprendidos en la infancia por la influencia de nuestro entorno inmediato. Son roles que, en nuestra infancia, nos han dado el reconocimiento que necesitábamos.
Son estos tres:
Víctima. Es un rol de indefensión. Un rol en el que la persona está en una queja constante. Las cosas no le van bien.
Las personas que están en rol de víctima piden ayuda constantemente, pero cuando se la das, en realidad no la quieren. Quieren mantenerse en víctima.
La posición de la víctima genera mucha atención en el entorno. Les puede costar mucho salir de esa posición porque, en el fondo, obtienen esas caricias que necesitan.
Salvador. Es aquella persona que necesita ser útil a los demás para sentirse reconocida. Que necesita ayudar.
El problema, sobre todo, es que se ponen a ayudar sin que se lo pidan. De alguna manera, se entrometen y ponen al otro en situación de víctima para justificar su acción de rescate o salvamento.
Una persona no puede entrar a salvar si no tiene tiempo, no tiene ganas, no tiene competencia y, sobre todo, si no se lo piden.
Perseguidor. Lo juegan aquellas personas que están en la crítica constante, en el desprecio, en la humillación. Incluso pueden llegar a manifestarse violentamente.
Y ahora viene algo muy importante.
Estos tres roles pueden intercambiarse. Las personas no tienen por qué estancarse en el mismo rol siempre.
Por ejemplo: una persona empieza una relación en falsa víctima y la otra persona entra a salvarla. Sin embargo, al final, esa persona que estaba en falsa víctima se pone a perseguir al que ha comenzado salvando y el salvador se convierte en víctima.
El juego que se produce con este triángulo dramático, es una especie de dinámica inmadurez crónica que muchas veces prevalece en las relaciones humanas (la mayoría de las veces a nivel inconsciente).
Se juega porque no hay adultez, no hay madurez.
No está la capacidad de decir "No necesito jugar" "No necesito perseguir" "No necesito salvar" "No necesito victimizarme" para tener una relación rica.
Desde la adultez y la madurez...
La víctima se puede empoderar y dejar de quejarse.
Pedir ayuda, sí, pero asumiendo la responsabilidad de su transformación y no dejando en manos de un salvador el rescate o de un perseguidor el machaque.
El salvador puede darse cuenta de que, para ser importante, no necesita entrometerse en la vida de los demás y que, sobre todo, lo primero que tiene que hacer es preguntar si el otro necesita ayuda o esperar a que le pidan ayuda.
Pero antes de eso la persona que tiende a salvar tiene que preguntarse si tiene tiempo, ganas o es capaz de hacerlo.
El perseguidor puede madurar. Prestar su colaboración, dar una mirada constructiva sin tender al machaque o la humillación del otro.
Así, cada cual se libera de esas emociones negativas.
La víctima deja de estar en sufrimiento constante. Aunque muchas veces esté muy apegada a esa sensación
El salvador deja de sentir que necesita estar rescatando constantemente e injerir en vidas ajenas. Muchas veces con la mejor de las intenciones, pero eso no quita pueden generar más problemas de los que resuelve.
El perseguidor puede convertirse en una persona que guíe con buen criterio si tiene la humildad necesaria para bajar sus humos, bajar su arrogancia y dejar de considerarse Don Perfecto o Doña Perfecta.
En el fondo, detrás de estas dinámicas está la necesidad de sentirnos reconocidos.
La necesidad de caricias.
Se puede salir de este triángulo dramático desde la consciencia, desde el diálogo, la humildad… diciendo "no quiero jugar".
Sin entrar en una dinámica de roles que nos haga daño.
Porque podemos conquistar la madurez de una forma mucho más adulta, más amable, más dialogada sin meternos los unos con los otros.
Esperamos que esta información te haya sido útil.
Finalizamos con varias preguntas para la reflexión.
¿Identificas este triángulo dramático en alguna de tus relaciones? ¿Qué roles has adoptado? Ahora que eres consciente de ello ¿quieres salir del triángulo?
Te mandamos un gran abrazo.
ModoVirtual2020
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